Fuera de la estridencia acostumbrada que se refleja en las redes sociales, Moisés Zarco Lacunza, candidato del PAN a la alcaldía de Coatzacoalcos, declara con serenidad que es "de derecha, conservador, pero no radical".
Resulta llamativo, más aún cuando ese mismo personaje reconoce con transparencia que no es militante de su propio partido, y que se presenta como un ciudadano arropado por una estructura que, en sus propias palabras, "es muy pequeña, muy limitada". Y, sin embargo, ahí está: hablándole a la ciudad desde una plataforma de resistencia civil que ha ido construyendo, como él mismo lo dice, "haciendo visible lo invisible".
La entrevista que Zarco Lacunza concedió al capitán Héctor Robles Barajas, en Diario del Istmo, no fue una típica pasarela de promesas electoreras. Fue una exposición, casi pedagógica, de ideas, anécdotas personales y una filosofía política anclada en el sentido común. Sin aspavientos, sin eslóganes prefabricados.
Un discurso que, aunque desordenado por momentos, deja entrever un diagnóstico claro de la ciudad y, sobre todo, de la oportunidad de pensar a largo plazo.
No escatima elogios a la gobernadora de Veracruz por empezar a finiquitar los atracos de la policía estatal y abordar el tema de las grúas.
Declararse conservador en una ciudad que ha votado mayoritariamente por opciones de izquierda en los últimos procesos puede parecer un suicidio electoral. Pero Zarco, con una naturalidad casi desarmante, sostiene esa etiqueta con orgullo.
Su visión es clara: los regímenes conservadores han mantenido, históricamente, estabilidad política, mientras que la izquierda —según él— tiende a destruir para refundar. Y no lo dice con fanatismo ni simplismo.
Matiza. El extitular de la Profeco en el sur juega al internacionalista y reconoce los avances de China, e incluso desliza una crítica indirecta a la ultraderecha.
Su propuesta es entonces doble: conservar lo que funciona y corregir, con visión técnica y social, lo que ya colapsó. Como el sistema de drenajes de Coatzacoalcos, que él mismo diagnostica como un problema estructural que hiede —literalmente— en toda la ciudad. "La ciudad ya no aguanta más", afirma. Y no es solo una metáfora: habla del colapso de los sistemas sanitarios, del uso inadecuado de la infraestructura hidráulica, de la necesidad de separar el drenaje pluvial del sanitario, de la urgencia de cementar canales a cielo abierto y de impulsar plantas tratadoras de aguas negras.
El verdadero mensaje que Moisés Zarco deja entrever no es solo técnico, sino político.
Su fuerza no está en el PAN, sino en su plataforma ciudadana, Resistencia Civil Coatzacoalcos, que lleva ocho años documentando y atendiendo denuncias ciudadanas. Zarco no es un improvisado, aunque tampoco es un político tradicional.
No tiene una estructura partidista sólida, pero sí un conocimiento territorial profundo, casi quirúrgico, de las más de 120 colonias de la ciudad.
Su narrativa se construye desde las trincheras del activismo vecinal, y eso le otorga una legitimidad que muchos otros candidatos —con maquinaria electoral, pero sin calle— no tienen.
Zarco ha hecho del reclamo social una plataforma, y del diagnóstico, una estrategia. No promete milagros —porque dice que no es Dios ni mago—, pero sí reconoce la urgencia de actuar, con una claridad que contrasta con el usual maquillaje de las campañas.
La candidatura de Zarco plantea un dilema interesante: ¿puede un aspirante sin base partidista, sin recursos extraordinarios ni alianzas visibles con el poder económico, competir realmente por la presidencia municipal de Coatzacoalcos? La respuesta corta sería: "difícilmente". Pero la respuesta larga abre más matices.
Primero, hay una creciente desconexión entre los partidos tradicionales y la ciudadanía. En ese vacío, figuras como Zarco pueden capitalizar un voto de confianza ciudadano, especialmente en zonas donde la percepción de abandono y corrupción es más aguda.
Segundo, las redes sociales han nivelado el campo de juego. La visibilidad que Resistencia Civil ha ganado en la ciudad podría convertirse en una herramienta poderosa si es bien utilizada.
Tercero, y no menos importante, la debilidad del PAN en el municipio puede ser, paradójicamente, una fortaleza para alguien como Zarco, que representa más una alternativa ciudadana que una apuesta partidista.
Pero no hay que perder de vista la estructura oficial. Morena y sus aliados siguen siendo, en términos organizativos y electorales, una maquinaria poderosa. La elección se juega también con operadores, recursos, movilización. Y ahí es donde Zarco parte en desventaja.
Coatzacoalcos, esa ciudad con uno de los mejores trazos urbanos del país —como él mismo lo dice, con nostalgia y esperanza— no está condenada al abandono. Tiene recursos, tiene mar, río, dunas, historia. Tiene, sobre todo, una ciudadanía que empieza a reclamar su derecho a una vida digna. Zarco, al menos en su narrativa, apela a eso: a la necesidad de planear a 30 años, no a 3. De pensar en drenajes, no en espectaculares. De hablar con técnicos, no con publicistas.
La política, después de todo, no debería ser un concurso de popularidad ni un reality de vanidades. Debería ser, como la ciudad misma, un proyecto colectivo, sostenido, duradero.
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